La ironía del liderazgo

Cortesía: Club YMCA Unicauca
Nos encontramos en un mundo donde el liderazgo, el trabajo en equipo y la comunicación se vuelven un eje transversal en la vida cotidiana de una generación que está tomando las riendas de cada nación del globo. El liderazgo está tomando una posición tan importante y evidente que hay una saturación interesante en las redes sociales que nos motiva a cumplir nuestros sueños, a luchar por nuestros objetivos, a equivocarnos cuantas veces sea necesario y ser dueños de nuestro propio destino. Sin embargo, cuando tratamos de aplicar estos postulados a nuestra realidad nos sentimos descompensados porque nos convencen de que el liderazgo no hace parte de nuestra vida, que debemos seguir un patrón establecido y hacer lo mismo que todos han hecho por décadas.

Esto me hace pensar en la misma ironía de nuestra educación, si bien el foco siempre ha sido gestado por el tradicionalismo caduco que nos dejó la era industrial como fenómeno económico y social, debemos empezar por reconocer que los “líderes del mañana” no están siendo formados como tal en los salones de clase y que la escuela no ha tomado en cuenta la ciencia del liderazgo, el trabajo en equipo ni la comunicación para desarrollar en cada individuo o estudiante la motivación necesaria para tomar el volante del ese vehículo que no tiene reversa que se llama “vida”.

Me encantaría escuchar en algún momento que los colegios están impartiendo clases de liderazgo, emprendimiento, comunicación y trabajo en equipo. Qué bueno sería escuchar a nuestros hijos decir que se sacaron un 10 en “liderazgo” porque su proyecto para resolver un problema local fue todo un éxito. Qué bueno sería saber que los maestros que se atrevan a liderar dichas sesiones con los estudiantes sean personas que vean el mundo con diferentes perspectivas, que conectan la escuela con el mundo real, que motivan por medio del ejemplo, que son hombres y mujeres que no están frente a 40 niños o adolescentes porque no encontraron que más hacer con su vida, o estudiaron una carrera porque les tocó de segunda opción, sino que se encuentran en su “salsa” haciendo crecer mentes que pueden cambiar el mundo, y sobre todo que vivan su vida bajo principios de éxito.

He visto ejemplos de colegas que han sido despedidos de su cargo laboral porque han ejercido mucho liderazgo con sus estudiantes y eso puede generar un “problema” para la comunidad educativa. Vaya incongruencia, pues también he leído casos donde niños de 13 años ya tienen una publicación científica en una revista de biología porque su profesor lideró y acompañó un proceso investigación haciendo historia. ¿Qué están esperando? ¿Es que acaso no han escuchado de hombres y mujeres apasionados por lo que hacen y que hoy en día han dejado un claro ejemplo de vida, en donde el liderazgo ha sido parte fundamental?

Ahora bien, si la escuela no entiende que tiene todas las herramientas para conectar lo que pasa dentro del salón de clase con proyectos serios que transformen sus propias comunidades, entonces seguiremos fortaleciendo una ironía que cada vez más nos hace daño. La escuela debe enseñar el difícil arte de liderarse a sí mismo, de comunicar ideas, de construir proyectos en equipo y desarrollarlos. En fin, una escuela sin carácter, sin profesores adecuados y sin una filosofía de liderazgo le será muy difícil generar una verdadera transformación social.

Empezar este proceso requerirá años, requerirá que los líderes que se están formando hoy en día se tomen las escuelas para generar un cambio estructural, que los docentes abran sus ojos a nuevas posibilidades dentro de un salón de clase, que se ponga el reto a los estudiantes de enseñar algo nuevo a sus profesores, que se den cuenta que el lápiz tiene borrador, que las redes sociales se están volviendo mejor lugar de aprendizaje que la misma escuela, que los niños no vayan con el pretexto de ir a estudiar sino de ir a crear, a enseñar, a proponer ideas, a vivir y a ser agentes de cambio. Aunque este proceso puede tardar, ya se está gestando una generación que dará bofetadas a todos los que dijeron que no era posible.

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