En la piel del navegante siempre la sal se esca por el sol ardiente, en sus manos lleva el control de su destino que tiene lugar en alta mar, en sus ojos el brillo de un sueño que no descansa, en su ropa el olor de dejar el destino atrás. Ahora que el navegante mira con atención su horizonte, el sol y las estrellas lo acompañan dentro de su aventura en el camino desconocido de la construcción del alma. No habrá límite ni temor que puedan detenerle; pues ha aprendido a soñar con ojos abiertos deteminando sus pasos de la mano de su corazón. Su destino, muchos preguntan, no tiene lugar en el mapa, ni cordenadas predichas, pues ha empezado un viaje del cual la forma para regresar no será hacía atrás, pues por su naturaleza le es imposible aceptarse en el tiempo y el espacio. El navegante mira el viento que le canta al oído canciones que sólo pueden comprenderse cuando el alma es pura, tranquila y bienaventurada. ¡Eleva tus velas y toma tu timón! que sólo hay un lugar al...